How do you feel?

[112 días en cuarentena]

Si llegas a casa y ves como el perro agita su cola al verte o si tu gato gruñe frente al espejo, sabes lo que son las emociones expresadas. Básicamente, claro, todo en la vida es muy de matices. No obstante, los humanos somos algo más sofisticados que eso. Al emocionarnos, sentimos lo que nos está sucediendo.

A mí los sentimientos se me dan como el aceite al agua, pero puedo verlos fluir como mareas en otras personas. Son seres que tienen colores y sonidos, incluso capaces de crear fuertes oleajes a su alrededor.

La industria publicitaria, la propaganda, el comercio sabe muy bien de sentimientos y emociones. Sabe lo que te hace sentir bien, lo que deseas para estar mejor. Ahí siempre serás el niño pequeñito que se sorprende con algo nuevo que llevarse a la boca o tomar con su mano regordeta.

Carroll Izard decía que el interés es una emoción desde la infancia temprana que nos promueve el aprendizaje para el mundo.

Pero ¿qué pasa cuándo no hay interés?, la noticia de miles de fallecidos, políticas fallidas, autoridades hablando como pandilleros, subdesarrollo disfrazado de modelos foráneos, deudas, el no hay para el pan, la violencia en la casa, en la calle, por zoom o whatsapp, te hacen sentir… cómo decir… ¿mal? ¿infeliz? ¿amargado? ¿aburrido? ¿asustado? ¿enojado? ¿triste? ¿todo eso junto?

Como las aguas emocionales se me dan mal, fluyo en las ventiscas de mis ideas, ventoleras de pensamientos que ni yo misma logro atrapar. Pero me sirven para poder comprender. Si bien nada es para siempre, la vida es este momento, nos duele lo que sucede, nos avergüenza pedir ayuda, nos alegra la sonrisa, nos aburre la televisión, nos agobia dar vueltas por el cuarto, nos enoja la pobreza, nos angustia la injusticia, nos enorgullece la solidaridad.

Con emociones expresadas u ocultas en nuestro interior, sentimos los que sucede.

Y… creamos. Para sentirnos bien.

La especie dominante

La mayoría de nosotras/os no ha tenido una experiencia en su vida similar a la actual. Algunas/os han vivido el confinamiento de manera individual por otras razones, pero el fenómeno masivo de hoy es nuevo.

No todas/os pueden acceder al confinamiento, o cuarentena, porque es claro que todas las desigualdades posibles quedan en evidencia por estos días. Casi abruma tomar conciencia de la comodidad de escribir frente al ordenador en el estado actual. Las verdaderas vulnerabilidades van quedando expuestas, y son más compartidas de lo que se creía.

En lo íntimo habita lo universal.

El exceso de información se multiplica velozmente, perdemos la percepción del tiempo en la pantalla. Los textos, imágenes y gráficos. Los memes, emoticones, stickers. La conexión lenta, el pestañeo de la batería. El sonido del teléfono, el volumen del televisor, las malas noticias, la noticias falsas, los auriculares que fallan. La hamburguesa que se quema, una tapita de cloro por un litro de agua, el fondo del afp, la curva epidemiológica. La amiga que tiene miedo, la tía que no cree nada, el amigo que aprovecha el tiempo, el colega que dio positivo, el hijo que no te deja conectar, el gato que parece está enfermo.

Dakini danzando, bronce dorado, siglos XVII-XVIII, Nepal.

De repente un microorganismo está condicionando no solo nuestros ánimos, sino nuestro modo de vivir y habitar. El científico italiano Stefano Mancuso relaciona el calentamiento global con la furia de esta enfermedad, y toda nuestra vida pasa frente a nosotros. La cultura del control para organizar y ordenar el caos, que ha llevado a la cultura de una dominación aparente de lo irreversible pierde sentido, por lo pequeña, instranscendente en lo que nos importa ahora: Estar a salvo.

Lo importante para estar a salvo es seguir las dos mil recomendaciones de lavado de manos, de distancia física, de mascarillas, de rutina, alimentación y ejercicios dadas. La información ayuda a la incertidumbre. Pero nada hay que pueda calmar lo irreversible. Es el grito de la Tierra y la vida en ella. No sé tú, pero tengo la idea de que una dosis de compasión por les otres, seres humanos, animales y plantas es lo urgente. Por mí y por todes.

sentir lo que sucede

En mi memoria está Guillermo sentado frente a otros jóvenes, mirando el suelo, triste. La tormenta que llevaba en su alma es la que trataba de amainar él y todos quienes estábamos ahí. Nos unían imágenes de violencia contra nuestra frágil niñez, el relato de nuestros padres y madres torturados, humillados. El entorno extranjero y fértil de razones para olvidar. El amor al territorio que nos habían arrebatado dos veces.

Guillermo falleció joven en un accidente, supe más tarde que alguien más lo hizo por su propia voluntad y no volví a tener noticias de ninguno de aquel grupo. Imagino nos perdimos en la ilusión de la adaptación para sobrevivir.

Se escribieron más capítulos en la historia y nuestras historias cambiaron, nos hicimos grandes y fuertes. Resistimos, criamos, educamos, amamos. Todo transcurría con la inercia de la vida en paz.

Hasta que los nuevos jóvenes se enojaron porque su futuro está siendo arrebatado por la usura. Y alguien dio la orden de dispararles.

Y se rompió en mil pedazos la realidad, saltaron los gritos de miles de hoy y de ayer. De una historia de llantos y rabia que deambulaba frenética en los sales de fin de temporada.

foto de ©GCifuentes

Houston, we have a problem

Debió ser noche sin luna de un verano por Ituzaingó, con mucha humedad, y ya no sé cómo pero nuestro alrededor se llenó de luciérnagas, en mi recuerdo son muchísimas más está claro, miles de motitas de luz que giran en mi memoria regresándome la felicidad de ese momento, de la Argentina que me tocó vivir.

Sucede que hay días que desciendo al inframundo, en donde todo lo que se iba se regresa y todo lo que vive se muere bajo la mirada de Hades. Y cuando ya estoy de vuelta soy primavera, recuerdo las luciérnagas de un verano, pero Hades ya ha hecho lo suyo y el regreso trae a cuestas la melancolía.

El mexicano Pablo Fernández Christlieb, allá por el 93 escribía que “La melancolía es ante todo un accidente cultural que sobreviene cuando las sociedades pierden significado y las gentes lo pierden todo, incluyendo una sustancia” en el cerebro, como una amina biógena.

Pero dejémonos de subjetividades: En Chile, según cifras oficiales un 6,2% de la población estaría viviendo con depresión y un 1,6% en algún tratamiento. El 10,1 de las mujeres está deprimida, en contraste con el 2,1% de hombres. El 2% de causas de muerte de Chile es el suicidio, entre jóvenes y adultos mayores principalmente. Es el llamado de Hades al inframundo.

En conjunto tendemos a encontrar lo perdido en el cariño de graciosos animalitos vestidos en outfits deportivos o bien admirando las estrellas pues tal vez se encuentre ese otro mundo que reemplazará a este colapsado.

“En la melancolía, no duele algo fácil (…) sino algo absoluto e intenso como el vacío o la nada que se mete tras la piel ocupándolo todo, de tal manera que ya no caben ahí ni las medicinas, ni las explicaciones, ni la esperanza, ni las ganas de sanarse.»

«…La melancolía no tiene causa porque surge cuando se acaban las causas”. (P. Fernandez Ch.)

Mientras reaccionamos, dos jovencísimas recorren nuestras pantallas alzando la voz para entregarnos causas. Ofelia Fernández y Greta Thunberg incomodan para recuperar la primavera, regresarnos del inframundo con uno de los tesoros de Hades: mujeres que se preocupan, cuidan, responden y actúan. Salvarnos y no sentir tanta nostalgia, sino imaginar nuevas formas de vivir.

“Entonces, aplastando la mejilla quemada / contra los ásperos granos de este suelo pedregoso /-como un buen sudamericano- /alzaré por un minuto más mi cara hacia el cielo / llorando/ porque yo que creí en la felicidad / habré vuelto a ver las irrefutables estrellas”. Poema final. R. Zurita

La imagen está sacada de Pinterest

salir de la cama

Recientemente realizamos un sondeo exploratorio con estudiantes de un curso que dicto, el objetivo era saber de gustos cotidianos en un enfoque emocional, dentro del espectro de personas que nos rodean. En diferentes rangos etarios y ocupaciones. El método era establecer mapas semánticos derivados de un cuestionario, pero nuestra (mí) sorpresa fue hallar un “objeto-lugar” muy repetido en las respuestas, básicamente en el rango de mujeres que trabajan tiempo completo.

La mayoría de las mujeres –según este resultado- aman su cama. Es el objeto que más quieren de su vida cotidiana. En la cama duermen, sueñan, aman, lloran, viven experiencias de pantallas. Encuentran un lugar. Su lugar seguro.

Recordé un sueño de infancia en el que sobrevolaba la ciudad sobre mi cama, como una nave segura en la que nada me pasaría. Símbolo de la observación alejada del mundo que, claro, cuando se es niña puede llegar a asustar un poco. Pero llega el momento en que se despierta y has de bajar de la cama. Pisar el suelo helado o mullido que te toca caminar.

Las acciones feministas emancipadoras del último tiempo suenan como tambor en la selva para esta bajada del lugar seguro. Hacerse cargo de reivindicaciones en contra de la invisibilización y la naturalización de acciones violentas implica atravesar los espacios simbólicos en los que habitamos. La aceptación de la diversidad de género, la lucha en contra de los micromachismos, entre otras necesidades, son para ampliar los lugares seguros.

Miles de mujeres son violadas, asesinadas o niñas y niños mueren en bombardeos como expresión máxima de una realidad patriarcal, así como miles de mujeres salen de sus rutinas excluidas de los discursos del poder, explotadas por el sueño publicitario en el que nunca algo es suficiente. En una estructura en la que se tejen ideales que rozan límites delictuales, pues hay alguien que debe avivarse primero; si es que no autoritario, y ahí llegamos a otro lado.

Mientras los debates continúan, me parece importante señalar el legado de lo femenino a las estructuras sociales, que incluyen el cuidado, la compasión, la protección, y el amor, dicho en sencillo. Que ya no puede seguir siendo tema de ornamentación o para el sueño de la señorita bien que viaja a Aspen con su novio perfecto a lo Corín Tellado.

El amor es una emoción que mueve cuerpos vivos para hacer cosas por otros. Y salir de la cama por amor es un gran motivo.

En la fotografía, trabajo de Danae Figueroa G.

 

Libres

«Si no se imponen restricciones disciplinarias la mujer no es la mitad del problema sino el doble, en la proporción en que su disposición innata es inferior al hombre»,
escribió Platón en sus Leyes, 350 a.C. Mientras tanto, Darwin en 1871 dijo:
«La principal distinción entre las facultades intelectuales de los dos sexos queda evidenciada por la eminencia que alcanza el hombre en todo lo que emprende, superior a la de la mujer».
En ese contexto es comprensible pues que cincuenta y algo años más tarde Katt Both, estudiante de la Bauhaus, dijera que en Dessau «No aprendimos nada, sólo fortalecimos nuestro carácter». Enfrentarse a la igualdad implica reconocerla, hasta darse cuenta de los propios límites del otro y una/o; así como las intersecciones de todos en una/o. Defender ese lugar que te ofrece el mundo y que le quitas al tiempo. Tener voz.

En las aulas universitarias de diseño -hoy- la mayoría de sus estudiantes son mujeres. Además de su riqueza singular, traen consigo siglos de empowerless y cosificación, así como sueños eclécticos PunkDisney. Pero apuestan a perder la invisibilidad y el olvido.

En la investigación del diseño hay un espacio conquistándose en el que, como dice mi querido maestro y amigo Miquel Mallol i Esquefa
«La filosofía feminista y los debates teóricos sobre el feminismo incluyen una serie de reflexiones que pueden aplicarse a toda la cultura y la joven investigación en el diseño podría aprender también de ellas».
El ‘deber ser’ en la imagen -y su comunicación- es un imposible, como querer controlar el flujo de neuronas que se prenden y apagan en nuestro cerebro. No obstante, en nuestra flojera mental (saludable en cierto modo), el atajo rápido que nos han dado para lo que vemos nos deja bien. Y ahí se determinan estereotipos, prejuicios y posibilidades que creemos son naturales y determinadas.

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©Privatbesitz Nachlass Katt Both

Ni todos los hombres son recios ni todas la mujeres frágiles, pero nos gusta dejarlo así, para no complicarnos (que ya tenemos suficiente con el día a día). Y lo femenino y masculino se sexualizan y así es como «a mí me tocó nacer en la pobreza del que trabaja para vivir» también «me tocó nacer en la mujeridad para ser femenina».  Pero el ser humano es reflexivo, tiene capacidad de ser consciente y darse cuenta. Darnos cuenta.

Darnos cuenta de lo vivo como parte de la belleza de lo amable, que la sexualización ha predeterminado la invisibilidad y la agresión, por tanto, de seres vivos estereotipados por la imagen regulada. Identidades forzadas.

En la convivencia de las identidades forzadas es difícil concretar acciones empáticas, pues siempre estaré dirimiendo la regulación de lo que veo como una imagen que me sirve o no me sirve. Siempre estaré juzgando posibilidades de un otro que es libre de ser.

Suponemos que debemos sentirnos en comunidad, la fraternidad es un sentir que en la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) se consideró tan importante que se puso en su artículo nº 1:
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.</italic>
Ahora bien, podríamos añadir la sororidad, la admiración y compasión tal vez.

En esa perspectiva, puedo ser el migrante de piel negra que no entiende el idioma y no capta los gestos de la persona que tiene enfrente, o puedo ser la mujer que va en sillas de ruedas en el metro justo esa tarde que el ascensor estaba en reparaciones, o puedo ser el niño del que se burlan sus compañeros porque le gustan las Barbies. En fin, debo ser ellas/os por un rato, para poder comprender -darme cuenta- qué es necesario desarrollar en materias de lenguaje visual, experiencia de producto, servicio, etc.

No soy esas personas: me identifico con sus sentimientos. Soy libre. Le ofrezco mi ser femenino (nacido hombre o mujer). Para la fraternidad- sororidad. Y el buen diseño.

En la foto Marianne Liebe Brandt.

el tiempo es una ilusión

«La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro. La felicidad no es una posada en el camino, sino una forma de caminar por la vida«. V. Frankl.

El diseño interviene para salvarnos del cansancio, la torpeza, la discriminación o la frustración. Salvarnos de nuestra vulnerabilidad. Esta es una idea que nos indica como el diseño interviene en el modo que las personas interactúan con su entorno. Con toda la complejidad que ello significa.

Entonces éste es el problema, la complejidad de tratar con códigos visuales, objetos, materiales, papeles, lápices, sueños, presupuestos, miedos, romances, desamores, sufrimientos… y pantallas.

Porque la vida está ocurriendo (en mis pantallas) y yo no siempre estoy ahí.

El corazón como símbolo visual humano de la literatura, la imaginería religiosa, las postales y demás ha ido cediendo espacio al cerebro, con todos sus vericuetos y escondrijos. Por donde pasa el oxígeno mezclado con tus recuerdos, las arterias con la tabla del cuatro, la sinapsis del play-pause o la electricidad del ‘vuelto de más’.

El lenguaje de lo objetivo, a la fuerza o por default, se mezcla con lo subjetivo del ser vivo y orgánico. Con una inteligencia orgánica húmeda, aromática e imperfecta.

Mientras que (en mis pantallas) pasan cosas terribles o hermosas, a cada instante, y yo no estoy ahí.

La complejidad de no sólo ser corazón y cerebro, porque también somos rodilla, hígado o pelo, se suma a la complejidad de pensar (diseñar) en medio del ruido, de sentir y estar en otro lado que no sea el de mis pantallas.

En las pantallas el tiempo sucede a un ritmo vertiginoso, para leer titulares, para bajar juegos, música, hablar con la amiga, comprar las entradas, buscar la dirección, averiguar el patrón pantone de mi serie favorita.

Pues bien, el tiempo no es más que una ilusión. Y esa ilusión se desvanece -en las pantallas-.

 

 

 

Diseño consciente

En mi adolescencia tenía un gran armario que al abrirse tenía espejos en ambas puertas y así, queriendo o no, me podía ver por atrás. Imagino que han tenido esa experiencia, la de esa persona «extraña» que somos nosotros/as mismos/as. No nos hacemos selfies de espaldas, suele ser el rostro el que nos acerca a la comunicación y representación de nosotros mismos. Cuatro de los cinco sentidos que reconocemos básicamente se encuentran en una cara de nuestra cabeza, sucede en los seres humanos y animales, también en las flores, las hojas, y gran parte de los seres vivos. Casi que nos sirve para distinguir lo vivo de lo que no lo está (sino fíjate en las películas de terror, ahí la cabeza mira para cualquier lado).

Esta perogrullada que menciono tiene como propósito poner en evidencia y re-conocer lo ya hiper-visto. Es tan evidente que no le damos importancia. En general, no la tiene, pero en el oficio de la comunicación visual y la investigación para el diseño sí la puede tener.

La ubicuidad informativa que significan las redes sociales (vale decir, una cosa aparece hoy en Twitter, Facebook, Youtube y salta mañana al Whatsapp o las noticias de la televisión), homogenizan nuestra mirada; tal vez no nuestra opinión -somos más inteligentes de lo que escribimos o mostramos en público- pero sí nuestro repertorio de conocimiento. Inteligentes e informados sí, pero aún un «tantito» ignorantes.

¿Pero qué ignoramos, si sabemos coordenadas exactas y pormenores del auto espacial de Elon Musk? ¿si hasta sabemos que el mentado señor mide 1,88 centímetros? ¿qué decir que también tenemos acceso a información de archivos del mundo y nacionales sobre materias que ni pensamos que podrían existir? ¿Qué puedo no saber si Pinterest o Behance me mantienen actualizada/o de todo el arte, moda, estilo, diseño, etc., que puede acontecer? ¿cómo no voy a saber si puedo tener en un instante mi taxi a la puerta o dónde se encuentra la cafetería más cercana?

Gran cantidad de información para conversar en mesas de café, en reuniones con amigos, contar a la abuelita o compartir de nuevo en la órbita de internet. Entropía informativa que contenemos mediante filtros, gritos de 280 caracteres, emojis y cuanta argucia programada nos asista. Lo hacemos con la vehemencia de quien se ha pasado tantas horas en esas actividades que sabe de lo que habla, en un momento donde pareciera importar más cuánto dura algo  que al hacia adónde vamos con eso.

Photoshop es la novena maravilla del mundo, lo digo sin sarcasmo, pero lo es gracias a la agudeza de quienes vieron la luz, el color, crearon las cámaras, las lentes, las imprentas, las fotocomponedoras y un sinfín de otros conocimientos, muchos años de oficio y dedicación, que se concentran en segundos -siempre demasiados- a través de la pantalla, el mouse o la tablet.

La entropía informativa, unida a esta especie de caja negra que resultan las aplicaciones y softwares dificulta la comprensión de la realidad de la producción en las áreas proyectuales. En general, para gran parte de las personas lo que el diseño hace es invisible o estereotipado por su apariencia tecnológica o estilística. Así es como aún creeemos que un androide podría reemplazar al vecino o al novio.

La inteligencia artificial, una de las interesantes áreas de la investigación para el diseño, requiere de preguntas básicas sobre nosotros mismos, como individuos y como seres sociales, para acceder a ese lugar que pareciera va a tener.

Si extiendes tu brazo para tomar con tu mano un vaso de refrescante bebida y lo llevas a tu boca, sentirás la humedad y percibirás la temperatura del líquido: ese es un acto -aún- solo de seres vivos. Un androide no puede hacer algo así.

Pues bien, tenemos ese punto ciego natural que no nos permite vernos en totalidad, pero sí la capacidad de investigar aquello invisible para mí pero que veo en otros y, es muy probable, también esté en mí.

Y retomando el hilo del comienzo, este verse y no verse en el reflejo: Cuando mandas a un niño muy pequeño a peinarse, generalmente, sólo lo hace adelante, donde se ve en el espejo, pues no percibe la «importancia» de estar completamente bien peinado ni tampoco tiene las habilidades, claro. Cuando la información mediatizada pareciera hacernos más conscientes, hay que preguntarse si no será que no estamos «viendo» (percibiendo) todo el panorama, si es que no será que nos perdemos de algo obvio, pues no hemos desarrollado las habilidades para burlar nuestras particulares y diversas cegueras.

Hay mil formas de volver a ver, de hacerse consciente (en el diseño); esa también es una búsqueda y un comienzo.

Foto: La Manzana Enmascarada observa el horizonte, observa las tierras a conquistar, y espera el apoyo de Plátano de la Noche,  Chirimoya del Mundo y el viejo Melón El Sabio. Atacarán al anochecer, y el mundo ya no será el mismo jamás.

Adolf, William y League of Legends

Que «el hombre moderno que se tatúa es un delincuente o un degenerado» es un sentimiento de comienzos del siglo veinte, útil para contrarrestar los gustos por la ornamentación decimonónica que Loos, desde su postura de superioridad cultural, calificaba como delito: «La falta de ornamentos es un signo de fuerza espiritual», –además de liberar de trabajos mal pagados a quienes trabajaban en ello.

Adolf Loos, de lengua afilada e ideas sin filigrana, ofrece una larga lista de citas para el timeline de Facebook o Twitter, ideal para nuestros días, de pantallas fulgurantes, sonidos vibrantes y aparatos de bolsillo. Su arquitectura moderna no supo de sufrimientos por la globalización, el calentamiento global o el reggeaton, ni de ansiedades neoliberales o preocupaciones OCDE. Lo suyo fue racionalizar el diseño arquitectónico, el buen gusto e ir de putas, y probablemente enloquecer, como sí se ha hecho en todas las épocas de la historia.

Poquito antes, desde la ventana del siglo XIX, burgués y sensible, el padre de las artes aplicadas decía en una conferencia:

“…esa enfermedad del mundo moderno se llama pobreza. Si transigimos con todos esos sucedáneos es porque somos tan pobres que no podemos evitarlo; demasiado pobres para poseer prados agradables y llanuras refrescadas por la brisa, en lugar de los terribles desiertos que nos rodean; demasiado pobres para vivir en ciudades racionales y bien planificadas, o en las casas bonitas que merece la gente decente; demasiado pobres para impedir que nuestros hijos crezcan en medio de la ignorancia; demasiado pobres para derribar las prisiones y las fábricas y construir en su lugar casas concejiles y edificios públicos para esparcimiento de los ciudadanos; demasiado pobres, en definitiva, para ofrecer a cada ciudadano la oportunidad de trabajar en lo que haga mejor, y por consiguiente disfrutar con ello. ¡Qué digo! Demasiado pobres para hacer la paz entre nosotros, y poner fin de una vez a la guerra entre ricos y pobres, entre quienes tienen todo y los que no tienen nada”.

Visto así, casi ofende. Pero sorprende como las palabras de William Morris adquieren contemporaneidad.

Loos miraba al frente, al futuro superior, mejor y más racional; el futuro de Morris, en cambio, estaba a sus espaldas, en el pasado, en el hombre y el arte aplicado, para un mundo también mejor, pero más justo, más ‘social’.

¿Y en el siglo XXI, hacia dónde dirigimos la mirada los herederos de Loos y Morris?

O ¿sólo hay el aquí y ahora?, ¿ser un pentakill que todo lo supera –aniquila– desde la asepsia de una realidad brillante, lisa y pulida?

Foto: Diego Carvajal, fotografiado por Javiera Araya.

 

El discreto encanto del diseño

El serif de una tipografía no cambiará el significado de un examen médico ni tampoco un letrero en Helvetica le dará más estabilidad a un edificio. Y entiendo lo extravagante que puede significar para un ciudadano afligido por su salud o su trabajo precario semejantes preocupaciones.

No obstante lo ‘sofisticadas’, ‘snob’ o ‘aburguesadas’ -y a veces aparentemente frívolas e inútiles- que puedan resultar esas preocupaciones (una elección tipográfica, por ejemplo), se relacionan con lo que por teoría y práctica hacemos como diseñadores.

Y no sólo eso.

El Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) ha publicado un ‘Plan nacional de fomento a la economía creativa‘ en el cual plantea:

«Hoy el 2,2 & del PIB de nuestro país viene dado por la contribución del sector creativo. Un número importante, que aún guarda un potencial de crecimiento desconocido, especialmente en vistas de los avances tecnológicos que hacen más accesible y simple producir, distribuir, difundir y consumir bienes y servicios culturales en la actualidad.»

La creatividad es la esencia del diseño, crear e innovar son lo mismo que diseñar. Cuando un profesional se enfrenta a la ‘página en blanco’ para resolver un encargo echa mano a todas las horas de experimentación creativa que ha tenido, así como de las metodologías que ha aprendido. Se diseña para las relaciones de personas en su convivir y sus relaciones con los artefactos, para la cultura y dentro de la cultura: en comunicación visual, señalética, experiencia de marca y servicios, productos, etc.

Y es en esa acción (praxis) de arte (poiesis y tekné) racionalizada (gracias a Descartes o Spinoza) que significa diseñar en donde, además, podemos situarnos en la ‘sentimentalidad’ (eros y pathos -y ¡olé!-).

El diseño se introduce en la inmensa ‘afectividad’ a través de la identificación, en la empatía. Identificarse con otro para compartir sus sentimientos es un acto en apariencia sencillo de realizar pero no estamos tan habituados a ello como pareciera.

Suponemos que debemos sentirnos en comunidad, ser fraternos; de hecho, la fraternidad es un sentir que en la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) se consideró tan importante que se puso en su artículo nº 1:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Y la empatía es una cualidad que nace justamente del sentido común, para el bien común. El diseño puede trabajar orientado a la empatía basándose en métodos que se han desarrollado por proyectos anteriores de manera exitosa o bien recreando nuevos, para proyectos nuevos. Y todo resulta bastante óptimo cuando los equipos se llevan bien, el cliente confía en el proyecto y el resultado satisface lo requerido.

Es entonces cuando la máxima “lo que no se mide no se puede mejorar” se hace presente y se aplican otros métodos -de medición- que a veces arrojan resultados negativos en las experiencias asociadas a productos o marcas, y nos agarramos la cabeza a dos manos, y nos hundimos en aquello de que nuestro problema es “la falta de cultura” o “la flojera de tales o cuales”, “la mala suerte”, en fin, argumentos viscerales que poco abordan soluciones.

Lo cierto es que, tratándose de personas, seres vivos, lo improbable se hace presente. Lo inmensurable también. El sentido común, la observación empática, abarcan esas subjetividades imposibles de medir. Se encuentran, por ejemplo, en las metáforas cotidianas del “venía como jurel en lata en el vagón”, “me echó la foca al toque, hermano”, “me costó un riñón”, “me atendieron como las reverendas”, etc. Dichos populares, frases afectadas de sentir, para bien o mal, en diferentes estratos socio culturales que permiten reconocer una persona con la que deberemos identificarnos, empatizar.

Son varios los métodos para trabajar en proyectos que tienen la empatía como un factor incluido. Al mismo tiempo que se ha de tener presente que cada problema requiere de su propia indagación y método. Difícilmente habrá un modelo que abarque la resolución universal de problemas.

Procesos de diseño basados en la empatía o centrados en el usuario sitúan a los diseñadores en un trabajo de pensamiento inclusivo, de comprensión de la diversidad humana. Con el discreto encanto de ser un/a profesional sumido/a en la belleza de su bici, en la preocupación por el cual será el mejor exponente del rock mundial o el color adecuado para una zapatilla impermeable ecológica, pero todo lo cercano que pueda estar de muchas realidades que conviven junto a él o ella de manera sufrida o feliz en la ciudad.

«El corazón, los ojos
de los hombres
se llenaron de letras,
de mensajes,
de palabras,
y el viento pasajero
o permanente
levantó libros
locos
o sagrados.»

Fragmento de Oda a la tipografía de Pablo Neruda. 1956.

De la imagen de cabecera: Experimentaciones de Leonel A., estudiante del Taller II de Diseño gráfico, U. de Chile.